Detengamos el mundo bajo los pies.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Los días, de mañana

El hombre promedio de hoy en día abre los ojos a las 6:00 am. Levanta a sus hijos para que no lleguen tarde a la escuela, les hace el desayuno, saca los carros y busca los maletines cuando llegan las 7. Yo en lugar de eso me quedo en la cama todo ese tiempo. Me cuesta estirar los músculos, despegar el párpado derecho y convencerme que hoy será un buen día.

Pero a las 7 también estoy de salida. Yo y 15 millones más.

Como muchos, 20 minutos después, cuando estoy esperando el carro con la combinación de colores adecuada para que me lleve al trabajo, recuerdo que no desayuné; pero el estómago ya sabe que debe esperar el pan con pollo de la señora de afuera de la oficina que viene de aquí a 30 minutos.


Estamos allí parados y esperanzados en el horizonte: una señora con la bolsa vacía del mercado, un par de niños con sus mochilas sobre sus pobres columnas vertebrales y otros como yo pero más viejos, y con mejores trabajos. Pero ninguno se percata que con nosotros también está una ardilla tratando de cruzar la calle hace más de media hora.

Volteo la mirada un par de veces para ver en el reloj municipal que los minutos pasan y el carro no. Todos miramos el minutero, movemos los pies como en cola de baño público y analizamos el costo-beneficio de tomar mejor un taxi. Siete soles contra uno.

Sobre el horizonte se iza la combi esperada, cual héroe mítico para liberar a Andrómeda de las fauces del monstruoso descuento salarial por tardanza reincidente.

Subimos todos apretujándonos contra los que bajan y corremos como niños en el juego de las sillas de fiesta infantil.

Plan de 7 y 40 pasa el cobrador peléandose con todo el mundo porque hoy amaneció con la inalienable idea de cobrar veinte céntimos más al pasaje urbano. No es que sea mucho pero descompleta el sol del regreso y por ello vale la pena el enfrentamiento.

Mientras el falso Perseo se va con nuestros cobres en el bolsillo, yo miro a través de la ventana de su fiel Pegaso -sin alas, de fierro y que sólo viaja de Santa Anita a La Molina y de regreso-; y la ardilla está allí parada y nadie la ve, sólo yo. No encontró nada más decente que desayunar de ese lado del mundo que un pan viejo. Quiere cruzar hace días y no puede. Ni siquiera los semáforos la ayudan porque si se detienen por acá, vienen otros por allá. Suerte la nuestra que conocemos nuestras reglas y no intentamos cruzar la Javier Prado a pie jamás.

En la 40 todos van leyendo.

Yo leo sus rostros y el reflejo del mío en la ventana. Leo ojeras, sueño, esperanza y cero satisfacción.

En la esquina donde se aglomeran todos y nadie pasa, un ejecutivo de corbata fina se pone tan rojo como su camioneta. Golpea y golpea el timón haciéndolo llorar. Estoy muy lejos para escucharlo pero sé lo que vocifera. Le grita al de enfrente, se acuerda de su madre y toda su descendencia.

Es cierto, es tarde; pero ya qué podemos hacer. Prisa no es precisamente lo que tengo. Debería pero no.

Lidio con cosas que si mi papá me hubiera dicho de niño que haría de grande hubiera repetido apropósito cada año de primaria y secundaria con tal de no llegar. Yo quería ser Paleontólogo, Arquitecto, Steven Spielberg.

La rutina, los mismos rostros, los quehaceres sin sentido, el ser invisible. La ardilla está harta. Todo su mundo conocido termina allí, al pie de la Javier Prado. Sabe que del otro lado la espera algo mejor y quiere cruzar. Pero el miedo. El Terror.

Intentó cruzar ya muchas veces sin resultado, pero hace mucho que no lo intenta. Los obstáculos son muchos y vienen de diversos tamaños y por distintas direcciones. Pero por otro lado, hace mucho que no lo intenta.

Con los ojos bien abiertos se echa a correr.

Viene uno y se escabulle. El otro pasó tan rápido que si le pasó por encima, ni lo notó. Ya a casi un tercio del camino, un Audi Plata se abalanzó y aplastó una diminuta parte de su cola. La sangre salpicó y allí quedó. La pobre corrió a la vereda chillando como ninguna otra ardilla lo ha hecho, pero nadie la escuchó.

8:24 am. Me quito los audífonos que no les había contado llevaba puestos y bajo del carro en la esquina famosa donde todos cruzan 2 segundos antes que el policía dé la voz. Cruza el gris, el beige y el negro. Cruzan todos menos los amarillos, los lilas y los mal combinados.

Piso una colilla de cigarro, el lustrabotas me reconoce y otra vez no dice nada. Para qué perder saliva tan valiosa.

Estoy en la puerta. Saco de mi bolsillo el pedazo de plástico que les cuenta quién soy. Porque aunque saludan no se acuerdan quién es uno. Paso las dos puertas de seguridad y llego a la maquinita donde pones el dedo y te dice, “llegaste 2 minutos tarde; y de eso sí me voy a acordar”.

La ardilla terminó acurrucada en una esquina, con la cola encogida. De alguna forma separa los párpados y los ojos le cuentan: estás del otro lado. Busca el equivalente a una lágrima en su mundo roedor y lo encuentra. Una señora sentada en la vereda, con su faldón coloreado de mugre le acerca a la boca un pedazo de pan. Le sonríe. Le guiña el ojo incluso. Pareciera que la estuvo esperando para darle su premio. Pero ella cruzó por manjares inimaginables. Pan había del otro lado.

Camino analizando cada paso y levanto la mirada pa ver a nadie. Me siento en el escritorio, pongo los dedos en el teclado y cierro los ojos. Proyectado en el párpado veo la Javier Prado. Los carros, el ruido. Mis extremidades van por delante, me abalanzo y me elevo. Todos, absolutamente todos me miran. Los rostros se asoman por la ventana, los dedos señalan al cielo, su asombro me alimenta. Las nubes en la cara, la cola al aire, estoy por llegar al otro lado. ¿Me ven?

7 comentarios:

  1. Rubens, escribes bien. A ver si un día te animas a publicar algo. Tú tienes ese don que te resistes a explotar. Ánimo, te seguiré leyendo. Raquel.

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  2. Gracias Raquel, si es por tu culpa que me le echo ganas a esto.

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  3. Me gusta, cada vez más pulido. Me encanta el último párrafo. Lo de 'la cola al aire' es mi línea favorita del final, evoca en mi cerebro friky una mezcla entre la primera escena de 8 y 1/2 de Fellini (con el sujeto saliendo por la ventana de su carro atorado en el tráfico, para ponerse a volar) y la icónica imagen de Mario bros 3 de nes, Mario volando al girar su cola de mapache. Hay alguna distensión a la mitad del texto que no aporta mucho, pero fuera de eso nada le quita que es un texto redondo con un muy buen final.
    P.D. Por el apuro se te han pasado algunos errores de tipeo y ortográficos (como el 'solo' sin tilde en el párrafo de Perseo).
    P.D.2. ¿La 40? juraría que la línea Santa Anita - La Molina es la 17, es la que tomo todos los días.
    P.D.3. No entiendo lo de 'no cruzar la Javier Prado a pie jamás', ¿no es lo que hacemos todo el tiempo?

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  4. jajajaja... es cierto lo de la distensión pero dejémosla ahí. La 40 es la misma que la 17... algunos le llaman 40 y otros 17... antes era 40 creo, wtever. Lo de la Javier Prado... bueno, depende de la cuadra, no te pongas a sobreanalizar las cosas jajaja. Bueno, voy a dormir tranquilo. Espero tener post para este fin de semana. Gracias por la lectura.

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  5. aburrida, mortalmente :S, tienes buena narrativa .. pero como q es algo aburrida

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  6. Te leo por primera vez, es un buen relato... no se por que siento que proyectas en la ardilla, veo varios paralelismos entre lo que la ardilla hace y no hace, y lo que tu vas explicando de tu dia.

    En fin, es un relato de cotidianeidad que de alguna manera es o fue parte de la vida de todos en algun momento.

    Seguire hurgando por aca.

    Nos leemos.

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