Tomás despierta con mucha hambre. Es ya muy tarde, el sol entra por la ventana y golpea sus pupilas sin piedad. Se levanta a cerrar las cortinas, que no sabe quién pudo dejar abiertas; se asoma y la calle está desierta. Los árboles no se mueven, no hay aves volando por los cielos, las nubes se quedaron quietas. Como si todo afuera estuviera pintado. Tomás pudiese preguntarse muchas cosas, pero no. Tiene mucha hambre. No puede ni pensar.
Baja las escaleras y no hay desayuno en la mesa. Quiere llamar a su madre y preguntarle qué pasó con el desayuno hoy. Se muere por comer algo, pero no sabe qué. Trata de recordar su comida favorita, pero ni una sola palabra llega a su mente. Ni una palabra, ni una imagen, mucho menos un olor. Tengo hambre. Tengo mucha hambre, se repite. Intenta abrir el refrigerador y la puerta no cede. Jala con todas sus fuerzas, pero es inútil. Corre por el cucharón de madera que usa mamá para remover eso que no recuerda cómo se llama. Servirá como palanca, piensa. Cuando regresa la mirada: no hay refrigerador. En su lugar quedó un inmenso vacío, como el que siente ahora en la boca del estómago. ¿Dónde fue? Tomás pudo preguntarse eso, pero tiene tanta hambre que duele. Duele como nunca nada ha dolido antes.
Tomás sube a buscar a su madre y a mitad de las escaleras se detiene. ¿Qué es una madre? ¿acaso se come? es una palabra que tenía en la punta de la lengua y que escaleras abajo parecía tan importante, tan cálida y dulcemente fría a la vez. Tomás se sienta y siente salado en sus labios. Húmedo, salado y muy triste. Tan triste que olvidó aquel otro dolor punzante en el estómago. Otro más fuerte y despiadado había subido unos centímetros y se esparcía desde allí al resto de su cuerpo. Bajaba por sus piernas raspadas, que una vez fueron curadas a besos. Subía por la nuca hacia cada cabello, lustroso y muy bien peinado. Se extendía por sus brazos hasta llegar a sus manos, que necesitaban otras más grandes sujetándolas. Y los escalones se hicieron planos y el cuerpo de Tomás empieza a caer a un abismo tan profundo, que no recuerda cuánto tardó en tocar suelo.
Tomás abre los ojos, adolorido y casi sin alma. Siente un frío en la mejilla y ese frío le promete no volver a dejarlo por tanto tiempo. Su madre lo recoge del suelo y lo arropa en la cama. Deja las maletas a un costado y saca del bolso un bizcocho de naranja. ‘¿Tomás, tienes hambre?’
+23:29+%232.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario